Es hora de dejar de ver el mar como un borde o un límite. El mar es el centro. Y Magallanes, lejos de estar al margen, está en el corazón mismo del futuro de Chile.
La extravagante confesión del expresidente Mauricio Macri —revelando que Donald Trump le sugirió que Argentina “conquistara” Chile para acceder al Pacífico— no es solo una anécdota excéntrica. Al contrario: expone una verdad ignorada y confirma que esta nueva era global, marcada por el retorno de la competencia geopolítica, el auge tecnológico y la valorización de los recursos naturales, ha devuelto a las costas, puertos y corredores interoceánicos su carácter de activos estratégicos.
El comentario de Trump —que no fue una broma, sino una provocación con trasfondo— encaja en su visión del mundo. Ya ha expresado interés en el canal de Panamá, Groenlandia, el Ártico o ciertos territorios canadienses. Para él, lo que no está bajo control estadounidense, estorba. Y en ese marco, nuestra región de Magallanes y Antártica Chilena, por su ubicación y recursos, vuelve a estar en la mira de las grandes potencias.
Estrecho de Magallanes y el mar como eje de poder global
Más allá de su estilo, lo importante es el fondo: se está resignificando el rol del mar en el poder global. Ya no se trata solo de rutas comerciales o fuentes de alimentos. Hoy el mar es plataforma energética, eje de conectividad digital, frontera invisible de soberanía y espacio de disputa tecnológica. En este nuevo mundo, quien controla el mar, proyecta poder.
Chile no puede quedar al margen de este cambio de época. Y dentro de Chile, Magallanes tiene una posición que no es periférica, sino central. Nuestra región es bioceánica por esencia y por destino. Sus costas se abren a los océanos Pacífico y Austral, y su ubicación la convierte en un nodo clave para el comercio, la conectividad y la estabilidad del Cono Sur.
No hay corredor bioceánico en Chile con mayor proyección económica, geopolítica y operativa que el estrecho de Magallanes. A los del norte les sigue faltando solidez económica y viabilidad política. Resulta más económico y seguro que una tonelada de soja brasileña llegue a China vía estrecho de Magallanes que por nuestros puertos del norte: es más eficiente, más controlable políticamente por los exportadores, y más realista. El resto es música futurista inventada por organismos regionales.
El Estado sigue ausente en su propia geografía
El Estrecho no es una promesa futura: es un activo presente. Ofrece condiciones incomparables en eficiencia logística, costos, resiliencia climática y ejercicio de la soberanía. Y, sin embargo, sigue esperando que el Estado chileno asuma el peso de su propia geografía.
En un escenario de competencia por rutas marítimas y recursos naturales, el mar magallánico tiene un rol estratégico ineludible. Su importancia abarca desde el comercio de alimentos y fertilizantes hasta el tránsito de cables submarinos y datos digitales. Pero también enfrenta amenazas híbridas —actores estatales y no estatales que operan en la sombra— y desafíos ambientales que exigen inteligencia, vigilancia y presencia.
El país debe entender que no hay tiempo que perder. El mar del sur no es igual al del norte: tiene otras temperaturas, otras especies, otros flujos, otros bordes geopolíticos. Tiene cercanía con la Antártica, reservas pesqueras de valor estratégico y una posición geográfica que ningún otro territorio chileno puede igualar. Conocerlo y priorizarlo es clave para orientar políticas públicas e inversiones.
Conocer y priorizar el mar del sur
Lo que no se ha hecho quedará como tarea pendiente para el próximo gobierno. Pero no basta con reconocer el error: se requiere acción concreta. Inversiones sostenidas, infraestructura portuaria, presencia efectiva del Estado, capacidades científicas y logísticas, y resguardo institucional.
Infraestructuras críticas —como el cable submarino FOA, su proyección antártica o los futuros puertos del estrecho, del canal Beagle y de la costa antártica chilena— deben protegerse con una lógica de resiliencia y diversificación. La distancia o el aislamiento ya no garantizan seguridad. Se necesita vigilancia activa y visión estratégica.
Al mismo tiempo, debemos evitar que esta nueva centralidad del mar derive en una lógica de confrontación. Nuestro objetivo debe seguir siendo que el mar austral sea un espacio de cooperación, desarrollo y paz. Pero no hay cooperación sin presencia, ni desarrollo sin soberanía ejercida. Lo que ocurre en Punta Arenas o Puerto Williams puede impactar en todo el continente.