Un testimonio íntimo y valiente sobre cómo los celos pueden destruir el amor y la autoestima. Michelle hace un llamado a dejar de normalizar el control y el sufrimiento en nombre del amor.

Por Michelle López

Los celos… ¿una muestra de amor? ¿Una señal de preocupación? He escuchado tantas veces, sobre todo de hombres, esa frase repetida como si fuera verdad universal: “si no sientes celos, no amas”. Y cada vez que lo escucho, algo dentro de mí se resiste. Porque para mí, los celos no son amor, son miedo. Miedo a no ser suficiente. Miedo a perder. Miedo a no controlar.

Los celos no solo habitan en las relaciones de pareja. Se filtran silenciosos en las amistades, en las familias, en el trabajo. Hay personas celosas de todo: del afecto, del éxito, de la atención, del espacio. Y cuando uno se detiene a observar, descubre que los celos no nacen del otro… sino de uno mismo.

Los celos, a mi modo de ver, son un reflejo de la baja autoestima. Cuando no te valoras, todo parece una amenaza. Cuando no te sientes suficiente, temes que te reemplacen. Cuando no confías en ti, te conviertes en guardián de lo que amas, aunque eso signifique encarcelar. Y así confundimos amor con posesión. Confundimos cuidado con vigilancia. Y creemos que si no sentimos celos, es porque no nos importa. Pero no es así.

El amor sano se construye desde la libertad. Y la libertad solo es posible cuando hay confianza. Y la confianza solo es real cuando nace desde el amor propio. He llegado a pensar que los celos son como un primo hermano de la envidia. Ambos nacen desde el mismo lugar: la carencia. La envidia desea lo que el otro tiene. Los celos temen perder lo que uno tiene. Ambos destruyen desde adentro si no se reconocen y se sanan.

Dicen que todo depende del prisma con que se mire. Sí, es cierto. Pero hay prismas empañados por la cultura, por el machismo, por la costumbre. Y también hay prismas que se limpian con terapia, con autoconocimiento, con amor propio. Hoy prefiero mirar desde ahí.

Los celos no duelen solo al que los siente. También lastiman, desgastan y apagan al que los recibe. Porque ser celado se parece mucho a ser encarcelado. ¿Será casualidad que suenen tan parecido? ¿Será que, en el fondo, los celos son eso? Una forma de encerrar, de restringir, de vigilar lo que creemos nuestro. Una cárcel invisible que oprime la mente, el alma, el corazón.

Ser celado es vivir en juicio constante. Es no poder ser tú sin que el otro sospeche. Es justificar cada gesto, cada ausencia, cada sonrisa. Es cargar con la mirada desconfiada de alguien que dice amar… pero ama desde el miedo, no desde la libertad. Y el cuerpo lo siente. Te duele la garganta de tanto callar. Te duele la voz por no tener defensa. Porque ¿cómo explicas que no has hecho nada, cuando el otro ya ha dictado sentencia? Los celos te encierran aunque no hayas cometido ningún delito. Y lo más triste es que a veces aprendes a vivir ahí… hasta que un día te das cuenta de que el amor no debería doler así.

El amor no debería doler así

El amor debería sanar, alegrar, distraer, hacernos sentir vivos. Pero cuando aparecen los celos, pasa todo lo contrario. Te sientes ahogada. Te enfermas. Y de pronto, nada tiene sentido.

Es una guerra silenciosa. Una lucha dentro de tu cabeza contra pensamientos que no son tuyos, pero que terminan invadiendo. Qué difícil es cambiar lo tóxico cuando se vuelve rutina. Qué difícil es apagar esas imágenes que el otro proyecta sobre ti y que tú, sin querer, empiezas a creer. Te sientes culpable por respirar, por salir, por existir.

Y entonces te preguntas: ¿qué podemos hacer? ¿Ir a terapia? ¿Dar un paso al costado? Las opciones están… lo que cuesta es darnos cuenta. Darnos permiso. Darnos valor.

A veces nos demoramos años. Años en los que dejamos de ser nosotros para no tener problemas. Años en los que nuestra alegría se va esfumando y el miedo empieza a ocupar su lugar. Miedo a hablar. Miedo a provocar. Miedo a ser. Y así, en nombre del amor, dejamos de amarnos.

Les relato esto porque me ha pasado. Porque no lo leí en un libro, no lo vi en una película, lo viví en mi propia piel. Me he sentido insegura. Apagada. Con miedo de ser yo.

Me ha dado miedo hablar de más en una fiesta, saludar con demasiada alegría, reír muy fuerte o bailar sin parar. Me ha dado miedo… vivir con libertad. Hasta pedir fuego para encender un cigarro se volvió un riesgo. Cada gesto, cada movimiento, cada palabra, era observado con esa mirada inquisidora, esa que no grita, pero te encoge el alma. Porque ya sé lo que viene después: la escena interminable. La inseguridad disfrazada de celos. El machismo envuelto en preocupación. La desvalorización constante, como si todo lo que hago tuviera una doble intención.

Y lo peor es que ni siquiera sé qué le molesta. Cualquier cosa puede detonar el conflicto. Vives caminando sobre vidrios. Respiras con miedo. Y dudas de ti.

¿Será que fui muy simpática? ¿Muy libre? ¿Muy yo?

Y eso… eso te parte. Porque empiezas a apagar tu luz para que el otro no se sienta opacado. Empiezas a esconder tu risa, tu brillo, tu voz. Y sin darte cuenta, ya no estás. Solo queda una versión reducida de ti, una sombra que camina con cuidado para no “provocar”.

Pero ¿hasta cuándo? Hasta que me aburra. Hasta que colapse. Hasta que esto reviente por dentro… para que no se note por fuera. Porque solemos esconder estas actitudes. Nos da vergüenza. Nos enseñaron a callar, a aguantar, a no hacer escándalo. Y, cuando por fin tienes el valor de contarlo, viene el juicio: “Eres una alaraca.” “Es porque te ama.” “Tú no sabes querer.” “Tú provocas esos sentimientos.”

Y, otra vez… te cuestionas. Otra vez… los fantasmas te envuelven. Y te culpas. Pides perdón. Como si la culpa fuera tuya por ser demasiado libre. Demasiado viva. Demasiado tú.

Entonces todo se “soluciona”. Pero no se soluciona. Se hunde más. Cada vez que el fantasma verde —ese que llaman celos— entra a tu relación, el amor se va muriendo un poco más. Y tú también.

Violencia contra la mujer
Si eres víctima o testigo de violencia contra la mujer, denuncia al 149 de Carabineros, recibe orientación llamando al número corto 1455 del Sernameg.
Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile