Por Daniel Manouchehri y Daniella Cicardini
Diputados de la República (PS)
Dominga no es solo una mina. Es el espejo en que Chile debe mirarse. Porque no está en juego un puerto ni una tonelada de hierro. Lo que está en juego es qué país queremos ser. Uno que se rinde ante el poder del dinero, o uno que se levanta por el poder de lo justo.
Se quiere instalar en el Archipiélago de Humboldt, la zona de mayor biodiversidad marina del país. Allí nidifica el 80% de los pingüinos de Humboldt, habitan delfines únicos en aguas frías y se alimentan ballenas fuera de la Antártica. Ese equilibrio natural no tiene reemplazo. Si se destruye, se pierde para siempre.
La CONAF y el SEA han sido claros: Dominga subestima sus impactos, fragmenta artificialmente sus efectos y no cumple con los estándares ambientales. Por eso fue rechazado tres veces por el Comité de Ministros. Pero cuando la ciencia dice no, el lobby busca otro camino.
Hoy el caso está en la Corte Suprema, con antecedentes que han encendido legítimas alertas sobre su tramitación. También en el Tribunal Constitucional, donde inhabilidades y suspensiones han debilitado la confianza pública en el proceso.
Y como si eso no bastara, Dominga está conectado a los mayores escándalos de corrupción de la última década: Penta, Pandora Papers, Hermosilla. Siempre los mismos nombres. Siempre los mismos métodos.
Se dice que traerá desarrollo a La Higuera. Pero los datos lo desmienten. En comunas como Andacollo, Illapel y Salamanca —con presencia histórica de megaminería— la pobreza es mayor que el promedio nacional, e incluso que el promedio regional.
No estamos contra la minería. Creemos en una minería moderna, responsable, con reglas claras y beneficios reales. Pero Dominga no es eso.No estamos hablando de cifras, estamos hablando de memoria. De legado. De dignidad. Porque algún día, cuando nos pregunten qué hicimos para defender lo que no tiene precio, podremos mirar a los ojos a nuestros hijos, y decirles con orgullo: estuvimos ahí. No nos rendimos. No traicionamos el futuro.
Por eso, con fuerza y coraje, decimos: No a Dominga.